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alberto quintanilla del mar

El imaginario poético de Quintanilla

Christian Reynoso

Publicado: 2018-09-11

“Quiero ser lo más diferente posible / Quisiera volver a nacer” (p. 67), escribe el pintor Alberto Quintanilla (Cusco, 1934), en su reciente libro de poemas e ilustraciones Yuyarinapaq (Universidad Alas Peruanas, 2018, 152 pp.). Dichos versos datan de fines de 1963, poco después de que Quintanilla hiciera su primera exposición en París, y forman parte de un poema guardado que hoy se nos revela y que da cuenta del trabajo incansable de este artista, siempre embarcado en un tránsito de ida y vuelta. 

Yuyarinapaq en quechua significa “Reflexiones” y es el segundo poemario de Quintanilla. El primero tituló Tayanka (2004). Este nuevo libro contiene un conjunto de 58 poemas o “reflexiones”, escritas en las últimas décadas y otro tanto escritas en los 60 y 70. Quintanilla dice que escribe para distraer la memoria (p. 85), pero esa distracción está cargada del imaginario que le ha permitido crear su obra artística, y de la reflexión con la que ha nutrido su visión del mundo y opinión ―altisonante, directa y sincera― que ha forjado como artista de aquello que lo asombra, perturba o enternece. Y eso es lo que se lee en este poemario.

La poética se apoya en varios trazos que configuran un gran cuadro de múltiples lecturas. Hay una exaltación por la América de piedra, los muros sagrados del Cusco, el Qoricancha, Machu Picchu, Ollantaytambo, Sacsayhuamán, que el artista ha atravesado. Es una exaltación de nostalgia más que de romanticismo, que añora la relación hombre-mano-piedra-montaña-Apu. “Eres parte de mis angustias / De mis ausencias” (p. 53), dice de la fortaleza inca; por eso que las ciudades de cemento, grises y enviciadas de crímenes, como Lima ―donde Quintanilla vive cuando está en Perú―, lo maten poco a poco y le arranquen el grito: “Cómo te han cambiado / Tierra mía” (p. 47).

portada de yuyarinapaq

Otro trazo es la alusión constante a la noche, la luna, el sol, el abismo, el viento, el silencio, como parte del escenario que le ha servido como creador y al servicio de sus personajes: el gran bestiario de perros, lobos, zorros, sapos, toros, libélulas, pájaros, peces, tarántulas. Todos ellos elementos característicos de su obra y a quienes convierte en sujetos poéticos en sus versos.

Un trazo de tono íntimo nos permite conocer al hombre a quien ya no le importa que el perro ladre, que el pájaro vuele o que el pez nade, con tal de que Elena, su esposa a quien dedica un poema, vuelva con su “voz encendida de música” (p. 125). Más delante añade: “He caminado acompañado de mi sombra” (p. 137). Una sombra que le brinda imágenes de la infancia y los lugares por donde ha andado. Por eso que Quintanilla se transforme en viento ―poema LV―, para bajar de la Sierra a Lima y luego irse por el mar. No lo sabe. “De repente era un zorro / Disfrazado de hombre” (p. 49).

Hay, por último, una poética sobre el acto de pintar y las preguntas que surgen en dicho proceso. ¿Cómo es el color de los colores? ¿Por qué “los colores no llegan / a su tono exacto?” (p. 89). La respuesta está oculta en el sueño al llegar la noche, luego de la jornada de trabajo. “Los colores también duermen / Y son de un solo color / Color del alma” (p. 69), grita.

El libro también se puede leer ―ver― como una narrativa gráfica, a partir de la reproducción de más de 50 bocetos a tinta y a lapicero que constituyen los estudios preliminares de muchas de las obras de Quintanilla. Muestran el trazo primerizo, sutil, fuerte, despreocupado, la primigenia metamorfosis de los animales y personajes, los efectos de movimiento, que luego conseguirán forma y color en la tela y en el metal.

obra de alberto quintanilla. tinta china.

En La República, 14 de julio de 2018.


Escrito por

Christian Reynoso

Escritor y periodista peruano. Magister en Literatura Hispanoamericana. Autor de novelas y libros de investigación y ensayo.


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