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plaza de coyungo

El mítico Coyungo: entre la ficción y lo real

Christian Reynoso

Publicado: 2018-11-19

Son muchos lugares los que, a lo largo de la historia de la literatura, se han vuelto en espacios emblemáticos, gracias a la fuerza creativa de quienes los han descrito, creado o reinventado a partir de la realidad o gracias a su imaginación. Es el caso, por ejemplo, del mítico París de Hemingway; de La Paz oculta de Sáenz; del mágico Macondo de García Márquez; o la solitaria Comala de Rulfo; o la Santa María de Onetti, inspirada en Montevideo; o Yoknapatawpha de Faulkner, inspirada en el Misisipi y sur americano; o el Río Fugitivo de Paz Soldán, inspirado en Cochabamba. 

Uno de estos lugares es Coyungo, el mítico “Coyuuunngo”, de Gregorio Martínez Navarro (1942-2017), escritor peruano, nacido en Batanes, anexo de la ranchería de Coyungo, en Nasca (Ica). Martínez, a lo largo de su obra que incluye cuento, novela, crónica ―y la transposición de dichos géneros en un summum de textos híbridos―, ha retratado y explorado su natal Coyungo, elevándolo a un Coyungo literario que, en sus libros, se nos presenta exótico, lejano, pero al mismo tiempo cálido, amable, con un paisaje de candela, lleno de misterio y poblado por personajes entrañables. Pero, asimismo, Coyungo como una caja de pandora que guarda una parte de la historia social, económica y cultural de la cultura afrodescendiente del Perú.

De esta manera, el Coyungo literario de Martínez se ha sobrepuesto al Coyungo real. El autor ha creado un microcosmos que resulta subyugante para el lector y que imprime el deseo y la curiosidad de llegar allí ―tal como yo lo he hecho un par de veces―, para ser parte de ese “otro mundo terrenal”, “ceniciento” y “donde el Diablo dejó olvidado el poncho”. Si bien, la experiencia y aventura es estimulante, al punto de toparse con sirenas en el río, en medio del camino o a la sombra de los guarangos, en un tránsito intenso entre ficción y realidad, tal vez por hechizo de la canícula o del agua de caléndula, también es posible sentir cierto infortunio.

Hoy, el Coyungo real resulta parco y menos real maravilloso que aquel. Hoy sigue siendo el centro poblado de entonces, con un limitado acceso, conformado por no más de 90 familias, dedicadas a la agricultura, a la pesca y a la crianza de chivos, en medio del calor y el apacible paso de las horas; familias que tienen como espacio de interacción la solitaria plaza ―donde reposan las cenizas de Martínez―, el canchón arenoso donde se juega al fútbol, la escuela y la pequeña iglesia, como si estuvieran atrapados en una eternidad sin salida ni escape.

Por eso que las tiendecitas del Coyungo real, aquellas típicas de pueblo olvidado, hoy se hayan constituido en el espacio para la conversación en torno a los años idos, como una manera necesaria para resistir y mantener la memoria encendida de la historia de este lugar y sus personajes que, después de todo, no parecen ser tan ficticios como en los libros de Martínez. Sino preguntémosles a Calica, López, don Nemesio, Leoncio Aragonés, don Daniel Medina, don Gregorio Centeno o al decimista Raúl Barbagelata, hoy testigos y descendientes del mundo-Coyungo.

Nota: Para llegar a Coyungo, se debe ir a Palpa. De allí alquilar un carro que cruzará literalmente el Río Grande para luego internarse en el desierto, sortear el abismo de Malpaso, volver al desierto y por fin llegar, luego de hora y media.

Publicado en Los Andes (Arequipa) 11/11/2018.


Escrito por

Christian Reynoso

Escritor y periodista peruano. Magister en Literatura Hispanoamericana. Autor de novelas y libros de investigación y ensayo.


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