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afiche promocional "los inocentes".

Los inocentes: Pecado e inocencia en escena

Christian Reynoso

Publicado: 2018-12-17

Oswaldo Reynoso (1931-2016) publicó “Los inocentes” en 1961, cuando tenía 30 años. Digamos un muchachón atraído por el mundo de aquellos jovencitos de barrio que, pese a su viveza y aires de querer ser hombres recorridos, aun no lograban despercudirse de su inocencia y miedos ante la disyuntiva de cómo enfrentar el futuro en una ciudad violenta y con falta de oportunidades. ¿Qué les quedaba? Sobrevivir. Soñar. 

Pero Oswaldo les regaló la eternidad, a través de su libro. De esta manera aparecieron Cara de Ángel, El Príncipe, Carambola, Colorete y el Rosquita. Hoy personajes entrañables de la literatura peruana. No hace falta ya insistir en las bondades estéticas del libro que lo han convertido en un clásico indiscutible de nuestras letras.

La adaptación teatral que ha hecho Sammy Zamalloa, director del colectivo Sin Documentos, de “Los inocentes” ―que se viene presentando desde hace unas semanas en el teatro Roma de Lima― nos permite sumergirnos, siguiendo el hilo conductor del libro y con algunas licencias propias de la adaptación, en aquel mundo que atrajo al propio Oswaldo. Pero Zamalloa añade a la puesta en escena elementos hiperrealistas que, en concordancia con la problemática que se plantea en el libro, confrontan al espectador de una manera que fascina y disgusta, encanta y desencanta, conmueve y profana. Tal vez eso explica las miradas avergonzadas o de desconcierto de muchas de las personas al finalizar la función, como si todavía sintieran los coros condenatorios que hacen los actores, cuando asumen una voz colectiva para reproducir varias frases del libro.

Es la vida misma con su limpieza y su suciedad, la que vemos desde el sentir de los jóvenes marginales de esta obra. Por eso sus conflictos se tornan universales. El magistral monólogo de Cara de Ángel (Sergio Armasgo) y la escena del pan y la corrida sexual, marcan el inicio de las historias particulares y en permanente conflicto, por las que atraviesan en seguida El Príncipe (Diego Pérez), Carambola (Miguel Dávalos), Colorete (Ronie Cusó) y el Rosquita (Roni Ramírez), con el feedback de Manos Voladoras —el afeminado peluquero— y de don Mario, el Choro Plantado —el billarista y borracho de la cuadra—, (Carlos Victoria en papel doble) y de Don Lucho (Emmanuel Caffo), el dueño del billar. Así, si bien, cada actor/personaje, adquiere independencia, no deja de ser parte de un todo de interrelación amical, en algunos casos beligerante, que se nutre en el espacio de la quinta, el billar y la calle, simbólicamente bien ambientados.

Hay también sátira e ironía, humor y desenfreno, sexo masturbatorio y romanticismo sucio, música rocanrol ―el clásico “Demoler”―, boleros de cantina, cerveza y verdad, candor y furia. Estamos pues ante la collera marcada por el pecado y la inocencia. Eso es lo que vemos. Eso es lo que sentimos. Por eso no creo exagerado decir que Zamalloa y los actores han logrado una adaptación potente, sin medias tintas, punzante, osada, que cuestiona y busca la verdad que todos llevamos dentro y que a veces duele, como una patada en los testículos.

Colofón: Una escena memorable es aquella en la que, entre cervezas, Carambola le pide consejo a don Mario para que todo le salga bien en un plancito que tiene con Alicia. Mientras conversan, Oswaldo los escucha y los mira desde la pared. Una fotografía de él iluminada parece transfigurarse en don Mario. Victoria que lo interpreta parece adoptar la misma postura y movimientos que hacía Oswaldo cuando bebía en los bares y conversaba con nosotros, los inocentes.

Publicado en Los Andes (Arequipa) 16/12/2018.

puesta en escena. "los inocentes" de oswaldo Reynoso.

puesta en escena. "los inocentes" de oswaldo reynoso.


Escrito por

Christian Reynoso

Escritor y periodista peruano. Magister en Literatura Hispanoamericana. Autor de novelas y libros de investigación y ensayo.


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