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"Retablo": Las piezas rotas, homosexualidad y violencia

Christian Reynoso

Publicado: 2019-06-11

En 2018 se estrenó la película Winaypacha del director Oscar Catacora, la cual fue premiada en festivales y llamó la atención de la crítica, especialmente porque fue grabada en idioma aymara. Al parecer, algo exótico para cierto público. Estos días, la película Retablo de Álvaro Delgado-Aparicio ingresa a su cuarta semana en cines. Hablada en quechua, no ha sido especialmente premiada por esto, sino por tocar un tema todavía tabú en el Perú: la homosexualidad en las sociedades rurales. 

Hay noticias, por ejemplo, de rondas campesinas que han castigado (azotado) a quienes al interior de sus comunidades cometen actos adúlteros y homosexuales. Es decir, el empleo de la violencia como una forma de escarmentar inclinaciones íntimas no aceptadas. En esa misma lógica, Retablo nos muestra la ruptura del orden familiar tradicional en un pueblo de la sierra, en este caso próximo a Huamanga, Ayacucho, una vez que se revela aquello que se debe conservar en secreto. Caso contrario, la violencia, el escarnio, el destierro y la muerte serán los mecanismos que intenten corregir esas fallas (¿esos pecados?), en aras de mantener un orden patriarcal y binario hombre/mujer.

Noé Páucar (Amiel Cayo), es un conocido maestro retablista y sostén de su familia; su hijo, Segundo (Junior Bejar), adolescente, aprende los secretos de dicho arte; Anatolia (Magaly Solier), esposa y madre se ocupa de atender la vida familiar e incentiva a Segundo a seguir los pasos de Noé. Él no va a trabajar en la chacra, él va a ser un maestro retablista. La armonía y la vida que gira en torno a esta actividad, entonces serán alteradas cuando se revele la inclinación sexual de Noé, de manera casual, a los ojos de Segundo.

La relación conflicto/homosexualidad/violencia son los ejes por los cuales transcurren estos dramas, tanto en la ficción de Retablo como en la realidad misma. El trauma que sufre Segundo se ve expresado primero en un odio hacia su padre y luego en un cuestionamiento a su propia orientación. El sentimiento de culpa al ver los cuerpos desnudos de otros muchachos lo llevará a infringirse un castigo. Él no quiere repetir en su cuerpo lo que sucede con quien hasta entonces era su ejemplo. Por su parte, el impacto de la noticia para Anatolia, se expresa en la secuencia insuperable en la que destruye el taller, las piezas y los retablos. Una metáfora del estallido que conlleva a la desaparición de lo que da sentido a sus vidas, los retablos, la obra de arte, la creación, lo sublime, lo que les permite vivir, pero que ahora ya no representa nada. “Me siento ensuciada”, dice Anatolia. Son pues las manos de Noé las que han hecho esos retablos, las mismas que la han tocado, pero que también tocan a un hombre.

Esta realidad que pareciera alejada e incluso bárbara (en la categoría que opone civilización y barbarie), en verdad, no dista mucho del ámbito urbano. Preguntémonos cómo sería la respuesta o reacción a una situación semejante dentro del núcleo de la familia urbana. En todo caso, esa es una de las aristas que Retablo nos deja al tocar una realidad que aún como sociedad nos pone en cuestión, pese a la creencia de que vivimos en un país moderno.


Escrito por

Christian Reynoso

Escritor y periodista peruano. Magister en Literatura Hispanoamericana. Autor de novelas y libros de investigación y ensayo.


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