ya acabó su novela

Obsesiones: Beethoven y Brandt en “33 Variaciones”

Christian Reynoso

Publicado: 2019-07-16

Las obsesiones suelen ser el motor que, en muchos casos, determinan o definen la creación artística y conllevan a la realización de una gran obra de arte. Un terreno indefinido, tal vez peligroso a la vez que excitante, en el cual el artista, perturbado por una idea fija y repetitiva, que lo impacta, logra dar forma a un conjunto de pulsiones que, pueden transmitir algo más profundo y bello. 

De esto trata, en esencia, la obra 33 variaciones de Moisés Kaufman que ha tenido su temporada hasta esta semana. La historia gira en torno a la obsesión de Ludwig van Beethoven, en la Bonn de 1819, cuando se plantea la composición de 33 variaciones para piano en Do mayor de un vals del profesor y editor de música Anton Diabelli. El proyecto lo sumirá en el delirio, la enfermedad, la pobreza y tendrá efectos devastadores, pero como contraparte, el regocijo de la creación y la obra culminada. La pregunta surge: ¿Por qué componer 33 variaciones y no solo una como le pidió Diabelli?

La búsqueda de esta respuesta, es la otra obsesión que atormenta a la musicóloga Katherine Brandt en el actual 2019, constituyéndose en la otra historia —paralela a la de Beethoven—, de la que está organizada esta obra teatral. Brandt, quien sufre de una enfermedad degenerativa, emprende un viaje a Bonn desde Nueva York para poder ver los archivos y las partituras del músico alemán y desentrañar las claves de su obsesión. Su deseo académico está por encima de todo, incluso de su propia hija, Clara, quien le reclama atención y el cuidado necesario para que controle su enfermedad. Pero Katherine sabe que tal vez este sea su último viaje.

En escena, Roberto Moll (Beethoven) transmite al espectador la pasión que linda con la locura y la fuerza descarnada por intentar alcanzar el ideal de la belleza, mientras que Martha Figueroa (Katherine Brandt), nos conmueve en extremo, en su afán por encontrar su verdad —tal vez un egoísmo ciego, pero ineludible—, en tanto representa la culminación de su vida académica y la expiación del quiebre familiar. Ambos personajes están dispuestos a entregarlo todo, sin importarles nada, en respuesta a sus obsesiones ―y a la música― como la única manera que encuentran de sobrevivir. A eso responde la maravillosa escena hacia el final que nos muestra el encuentro que sostienen en algún lugar celestial, ad portas de morir, donde pueden verse, conocerse, escucharse, comprenderse, entenderse, cuestionarse.

Al mismo tiempo, la puesta en escena es musicalizada con la interpretación en vivo de la pianista Silvia Valdivia quien ejecuta las distintas variaciones de Beethoven, en diálogo con el desarrollo de la trama. De esta manera, el espectador puede interiorizar las emociones que se suscitan a través del vals de Diabelli y sus variaciones. Pero, también, a través de las historias, de viajar en distintos tiempos y sentir las obsesiones que atormentaron tanto a Beethoven como a Brandt, lo que permite reflexionar sobre hasta dónde y qué estamos dispuestos a dar de nosotros para lograr lo que queremos.


Escrito por

Christian Reynoso

Escritor y periodista peruano. Magister en Literatura Hispanoamericana. Autor de novelas y libros de investigación y ensayo.


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