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“Mañazo, papá es”. Un texto de ficción.

Christian Reynoso

Publicado: 2019-12-31

«Mañazo papá es, sí, Mañazo, papá». Las palabras apenas perceptibles en medio de la música, la saltinbanquería de los hombres que parecían diablos y el cruce de las botellas de aguardiente y cerveza, recogían una gran verdad al salir de la boca de Raimundo Yucra. Como un eructo histórico. Como el vómito de un gran toro negro, adánico y conchadesumadre. Pero también una verdad tan antigua como el sombrero sudoroso y doblemente centenario, heredado de sus abuelitos, que en ese momento se había quitado Yucracacho pinga (como entre tragos llamaban a Raimundo), después de haber secado el vaso de sangre de toro, para gritar que todo el mundo se vaya a la mierda si los músicos no tocaban con sus cañas el huayno pandillero «Chabelita». 

«No ve, así se pone don Raimundo», dijo Juan Silverio, su hijo boliviano, el mayor, que había llegado desde La Paz para participar en el pago ritual. Había desembolsado sin asco cerca de cuatro mil quinientos bolivianitos para comprar y regalar un toro a los tocadores de Mañazo.

Escuché las palabras de Raimundo Yucra con atención. Pedía «Chabelita» porque ese soplido musical le hacía recordar a la verdadera Chabelita, la mujercita linda que había cuidado este lugar sagrado en el que ahora estábamos frente a los cadáveres de los toros, con la sangre en nuestros estómagos, pasando el trago dulce antes de que se coagulara en la boca, antes de que las moscas se asomaran y nos echaran su malasuerte.

Veo todo: a Raimundo que se vuelve a poner el sombrero, a los tocadores que se aprestan a chabelear, a los gringuitos con sus cámaras fotográficas (dicen que son italianos) que están zampados y alucinados con esto que nunca han visto en su vida.

Yo soy el René Kanacho, un servidor. Así me llaman, pero otro es mi nombre verdadero. Eso no importa ya a estas alturas de la vida. Yo no tomo cerveza ni trago, tomo chaque que me lo preparo yo mismo, y del que he traído un par de botellas. Para mí es suficiente, por eso es que puedo ver todo. No es que sea un brujo o algo parecido, es la enseñanza de mi padre, don Ignacio Pacheco, que en paz descanse, que me ha enseñado a ver y oír todo gracias a la coca dentro de la boca y al chaque. Por eso piccho, piccho, piccho, sin cansarme, así como leo libros y hago música sin cansarme. Mis ojos, mis oídos, mis neuronas y mis pulmones plateados me lo permiten. También he aprendido de la vida, de los viajes y de las largas conversaciones con amigos, entre ellos el Raimundo Yucra. Por eso puedo garantizar que es verdad lo que él ha dicho, que Mañazo es papá. Nadie puede decirle lo contrario ni objetarle, menos los obreros.

Dentro de un rato debemos salir de aquí para ir a Huajsapata y enterrar los corazones de los toros, porque allá, en la tierra del cerro, es donde deben descansar y terminar de sangrar para que fecunden la tierra, pero estos flojos son capaces de olvidarse y hacerlo aquí en el local, al lado de la gruta donde está la virgen, lo que no está mal, pero traiciona la costumbre. Es que pareciera que en Mañazo hubiera una despreocupación por todo, pero en verdad eso solo oculta una preocupación y un fervor por todo, aunque parezca contradictorio.


Escrito por

Christian Reynoso

Escritor y periodista peruano. Magister en Literatura Hispanoamericana. Autor de novelas y libros de investigación y ensayo.


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