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Tránsitos de retorno

Christian Reynoso

Publicado: 2020-04-21

El hombre está quebrado. Sus treinta y cinco años no le alcanzan todavía para comprender. Aunque no necesita teorías que se lo expliquen. Ni televisión. Ni radio. Ni internet. Le basta mirar en derredor. El vacío. La humedad. El olor que ya no comunica nada. La pobreza. Los ojos de su mujer. Los de sus hijos. Vacíos también. Y los ojos de la enfermedad. Acechante. Invisible. En las manos. En la boca. En todo lugar sin que deje ser vista. Virus. Eso dicen en la junta del barrio. El hombre siente la desesperanza. El miedo. La necesidad de protección. Entonces toma la decisión. El retorno. 

La mujer empieza a ordenar las ropas que le parecen más necesarias. Los ahorros que parecen consumidos. Dos o tres días más. No más. Los treinta y cinco años de la mujer han acabado de pronto. Se evaporaron en un mes. Desde que el presidente y las disposiciones. Desde la falta de ingresos. De trabajo. Desde que la enfermedad. Desde que se cortaron las alas del sustento diario. ¿Adónde se han ido los diez años de trabajo desde que llegaron junto con el hombre? Con los sueños de hacer fortuna en la capital. La lejana capital. Que siempre estuvo lejos incluso cuando ya caminaban sobre ella. Entonces mira a sus hijos. Sus hijos nacieron en la capital.

El hijo mayor tal vez colorea el libro de dibujos cien veces pintado. Entiende que algo sucede. Ya no puede salir a jugar. Y cada vez su estómago cruje. Es el hambre. La ración ha disminuido. Ya no hay leche. Ni carne. Pero todavía puede ser un superhéroe y soportar. Como su padre y su madre. La hija menor duerme. Cuando despierte llorará. De hambre. El hombre y la mujer la tranquilizarán y le darán té. Se calmará. Tratará de jugar con su hermano.

Ha llegado la hora, dice el hombre. Deben partir. Antes de salir con el destino incierto en el corazón otea por última vez. Llegaron sin nada material y se van sin nada material. ¿En eso consiste la vida? Del arenal pasaron al pueblo joven. Allí alquilaron un cuarto. Las cosas mejoraban. Trabajo duro. Sacrificio. La mujer en el mercado. El hombre en mil oficios. Temporadas frías. Calientes. A veces dolores. Y alegrías después de todo. A su manera. Había futuro que perseguir. Para eso habían venido. Para eso habían dejado el pueblo. Las cuatro calles y los grandes campos. Hermosos pero sin valor. Había que buscar dinero.

Han caminado todo el día por la carretera Ramiro Prialé. El hombre, la mujer y los hijos ya no se sienten solos. Hay muchos como ellos. Se cuidarán. Se solidarizarán. Así es la pobreza. Los que menos tienen dan más. Comprenden el valor del poco. No como los que tienen todo y nada dan, piensa el hombre. Y luego critican. Marginan. Cada paso sobre el asfalto es un paso menos en su volver, piensa la mujer. Mira sus zapatos. Aguantarán. La tierra de donde salieron los espera. Está allá. Detrás del horizonte. Les dará el alimento. Todo estará bien. Ni siquiera sabe cuántos kilómetros hay. La distancia. Pero llegarán. Ya nada pueden esperar aquí. Peligro. ¿Volverán cuando se haya ido la enfermedad? Seguramente.


Escrito por

Christian Reynoso

Escritor y periodista peruano. Magister en Literatura Hispanoamericana. Autor de novelas y libros de investigación y ensayo.


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