El santuario de Machu Picchu, en Cusco, fue declarado como una de las nuevas 7 maravillas de mundo moderno, el 7 de julio de 2007, en Lisboa, tras una votación por Internet en la que participaron más de 100 millones de personas del mundo. Si para ese entonces Machu Picchu ya era el principal destino turístico del Perú, con tal denominación el interés por visitarlo aumentó considerablemente. No obstante, esto ha amenazado su conservación debido a la sobrecarga de visitantes. 

La única ocasión que visité Machu Picchu fue en noviembre de 2007, en un viaje con mi amigo Paulo Vilca y sin necesidad de un tour. El tradicional viaje en tren, la pausa en Aguas Calientes y, finalmente, el ingreso al santuario. La imagen maravillosa que hasta hoy guardo es la del momento prístino en el que apareció ante mis ojos la imponente mole del Huayna Picchu y el vasto paisaje de la ciudadela a su orilla, en medio de los colores azulinos del cielo y los verdes de la naturaleza.

El recorrido luego un tanto monótono aplazó, sin saberlo y por un asunto de horarios, nuestro deseo de subir al Huayna Picchu, creo yo la experiencia más vital de visitar este lugar. En todo caso, una respuesta a la búsqueda de sensaciones de altura y estéticas, al margen de la observación ruinosa de un lugar que otrora brilló bajó el sol y que ahora produce nostalgia histórica. Algo parecido a lo que sentí cuando visité, por ejemplo, el Foro Romano en Italia.

Pero entonces resultó sencillo hacer el viaje e ingresar a Machu Picchu. Con los años esto ha cambiado y se ha vuelto difícil, peor aún para los peruanos, si no se es parte de un paquete de viaje o de un tour, el cual puede esquilmar los bolsillos. La preferencia y las deferencias están puestas hoy para los turistas extranjeros con posibilidades de pagar incluso un turismo de lujo. Es la verdad, más allá de la publicidad inclusiva. Ojalá esto pueda cambiar.