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Paseo por Arequipa

Christian Reynoso

Publicado: 2022-02-01

Las calles de los alrededores de la plaza de Armas de Arequipa lucen vacías bajo el mediodía. El sol se echa en el empedrado y se apoya en las paredes de sillar hasta el atardecer en que el viento ocupará su lugar y le quite el poder. El mendigo que a diario se apuesta en los exteriores de la Catedral junta las monedas de la mañana y, tras la jornada, se dirige a orinar a uno de los jardines de la plaza para luego sentarse a comer. Es el hombre que ha resistido todos los embates de lo mal que anda Arequipa en política y peor todavía con la pandemia. Pero él sigue ahí. Desde la revolución del cincuenta.

Venezolanas y jaladores se disputan a los clientes para los restaurantes de los portales. Un muchacho con guitarra eléctrica y parlante canta una canción de Calamaro. Grupos pequeños de turistas buscan el mejor ángulo para los selfies, pero tienen mala suerte: la cima del Misti está cubierta por caprichosas nubes. Algunos ciclistas pasan haciendo piruetas delante de la Catedral, pero nadie voltea a mirarlos. El té helado de frutos rojos que preparan en Puku Puku, en Santa Catalina, al que le he vertido un hilo de tequila, funciona como un sensor. El Chachani parece más amigable.

En las noticias se habla de la renuncia de Guillén, el ministro del Interior, y de una nueva crisis ministerial, porque se especula que también se va la premier; resulta que los barriles de petróleo derramados en Ventanilla no son seis mil, sino diez mil; mientras, el presidente Castillo sigue en silencio mirando el ala de su sombrero; pero ya todo eso no es más que anécdota, porque lo importante es que la selección peruana ha ganado a Colombia, con gol del anticomunista Flores. Y que el entrenador Gareca diga lo que quiera y celebre como quiera junto con la vieja gloria de Guerrero y el pueblo peruano.

El mendigo que lo resiste todo se junta con una mujer ciega y enciende un parlante moderno programado con música sacra. Ella tararea con un micrófono; él se arrodilla y levanta los brazos para orar. Más monedas caen. Es lo imprescindible, lo real, para vivir al pie del volcán. Entro a la Catedral conducido por la música y busco bajo el púlpito al hermoso Diablo y lo saludo. Sus elegantes alas y sus cabellos largos, que me atraen, se agitan, y sus ojos y pestañazas se entornan, cómplices. Le ofrezco un cigarrillo que enseguida pongo entre sus labios y lo enciendo, como siempre lo he hecho desde niño cada vez que he venido de paseo por Arequipa.


Escrito por

Christian Reynoso

Escritor y periodista peruano. Magister en Literatura Hispanoamericana. Autor de novelas y libros de investigación y ensayo.


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