César Moro: Cartas en su cumpleaños
Christian Reynoso
César Moro nació el 19 de agosto de 1903, y murió en 1956, en Lima. Dos años después de su muerte, en 1958, se publicó “La tortuga ecuestre y otros poemas”, su libro de poemas más conocido en el que había estado trabajando durante años, pugnando por su publicación la cual, finalmente, no llegó a ver. Vivió en París donde fue parte del movimiento surrealista. Luego, entre 1938-1948, vivió en México. Desde allí mantuvo una relación epistolar con Emilio Westphalen, en Lima. “Eternidad de la Noche” (2020), compila estas cartas y otras escritas entre 1939-1955.
El día de su cumpleaños número 36, en carta a Emilio, entre otras cosas le agradece “de todo corazón” los “buenos deseos” enviados en carta anterior por su onomástico, y añade: “En mi próxima carta te contaré si algo agradable ocurrió en este día que, de manera del todo irracional, me gustaría que fuere tan alegre y repleto de todas esas cosas que se me niegan el resto del año” (Carta 19/8/39). Un año después, al día siguiente de su cumpleaños número 37, Moro escribe a Emilio “…recibí tu carta del 12 de agosto. De tal forma que llegó en el momento preciso para que me sintiera algo menos solo en este día de aniversario tan tremendamente triste” (Carta 20/8/40).
Tres años después, a fines de agosto, Moro escribe a Emilio: “Me ha desilusionado no haber recibido carta tuya el día de mi cumpleaños; en todo caso, puedes decir que yo tampoco te escribí para el tuyo […]. En fin, ya pasó. Es un día triste para mí porque tiene algo de mágico, y no logró llenarlo. Pero ¿qué no es triste para mí? ¡Ay!, todo me aísla más y más en mi tristeza” (Carta 29/8/43). Enseguida, Moro da cuenta a su amigo de la operación pendiente que debe realizarse. En octubre cumplirá un año de mala salud.
La tristeza y la soledad aparecen inconfundibles como leitmovit en la narrativa epistolar de Moro. Pasar cumpleaños solo, sin acaso celebrarlos o por lo menos recibir el saludo de los amigos podía ser devastador, pero al mismo tiempo le revelaba su condición de solitario, enfermo, urgido por las falencias económicas. La pedantería que también se lee en sus cartas, respecto de sus opiniones artísticas, y que podían dotarlo de una fortaleza crítica, no conseguía salvarlo de un desmoronamiento afectivo que reclamaba a gritos un “éxtasis delirante” en las “paredes del espacio”, como dice en el poema “Los movimientos del hombre”, escrito en México.
Escrito por
Escritor y periodista peruano. Magister en Literatura Hispanoamericana. Autor de novelas y libros de investigación y ensayo.