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La Apacheta y un viaje paranormal

Christian Reynoso

Publicado: 2022-11-01

Luego de una caminata de treinta minutos con pausas en las que el guía ha contado leyendas de muertos y condenados, el recorrido está por acabar y es cuando una mujercita que lleva una lliclla en la espalda a modo de atado se escabulle del grupo, seguida de una pareja de niños. Tal vez sus hijos o quien sabe. Las tres sombras se pierden entre las tumbas y la oscuridad. Los sigo con la mirada, y por eso puedo advertir que apenas llegan a la esquina de un pabellón de nichos antiguos, voltean hacia el grupo para percatarse que nadie los ha seguido. Luego, se pierden.

Son las diez de la noche. 31 de octubre. Noche de Brujas. Noche de los Muertos. Víspera de Todos los Santos o como quieran… en el Cementerio General de la Apacheta, en Arequipa. Hace frío; porciones de viento disipan las flamas de las velas dispuestas en candelabros con el fin de orientar la ruta; un olor a cabellos quemados se filtra por las narices; en el silencio se percibe las respiraciones agitadas de quienes forman parte del grupo; se escuchan sonidos que pueden ser monedas que caen en abundancia, cadenas que se arrastran, golpes de tablas y azotes.

Hace poco el grupo se ha detenido en el mausoleo de quien fue Manuel Muñoz Najar, el patriarca del anís arequipeño. Allí, el guía ha relatado la leyenda del Supay. El chacarero vestido de negro que se les aparecía (y aparece) a quienes caminaban después de la medianoche en los campos de Cayma. El recorrido continúa y antes de la siguiente parada inesperadamente surge de entre los nichos un zombie: el grupo se dispersa horrorizado. Vuelta la tranquilidad todos acuden a sus celulares y activan las linternas, pero enseguida estas se apagan, inexplicablemente. El guía pide silencio y calma, dice que hay paramédicos si alguien lo necesita.

El grupo se apretuja para protegerse. Llegamos al nicho de Mónica. La famosa muchacha de vestido blanco, muerta en 1948, que hoy vaga por las calles arequipeñas. Mientras el guía narra la historia me percato que Mónica, parada junto a la mujercita del atado, nos mira y sopla una especie de polvo. Luego, como si estuviéramos en una ensoñación, el guía nos conduce al pabellón de los párvulos: se escuchan sonajas. “Elsita”, “Julito”, se lee en un nicho en el que la mujercita del atado se ha detenido. El recorrido acaba minutos después en la capilla donde la muerte junto con su guadaña vela un féretro. Al salir de la Apacheta, un grupo de religiosos protesta con megáfonos y letreros. “En mi hogar solo está Cristo”, dicen.


Escrito por

Christian Reynoso

Escritor y periodista peruano. Magister en Literatura Hispanoamericana. Autor de novelas y libros de investigación y ensayo.


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