En la plaza de Armas de Nasca
Christian Reynoso
En una banca de la plaza de Armas de Nasca converso con Josué Lancho, profesor e historiador nasqueño, muy apreciado por la comunidad y por mí. Hemos preferido ir a la plaza a sentir el fresco antes que estar en la biblioteca de su casa. La gente lo saluda. Josué es muy conocido. Fue director de un colegio y además ha participado —y participa— en la vida cultural y social de Nasca y eso también le ha labrado algunos enemigos. Josué anda algo preocupado, pero eso no quita su entusiasmo para conversar de Nasca, de Ica, su realidad, su historia y sus personajes.
He llegado a Nasca después de recorrer en los últimos días el circuito Huacachina-Ica-Chincha-Nasca, para presentar “El espejo mentiroso” (Hijos de la Lluvia, 2022), que recopila las décimas de Raúl Barbagelata, un autor local nacido en el centro poblado de Coyungo, en el distrito de Changuillo. Junto con él hemos recorrido estas ciudades y presentado el libro, echado décimas y conocido a nuevos amigos y una porción de la vida cultural de estos lugares. Raúl, pese a ser iqueño y contar con 78 años, ha ido por primera vez a Huacachina, ha vuelto luego de veinte a Chincha y solo conoce el terminal de buses de Ica. En verdad, no le interesa el resto, porque prefiere mil veces Coyungo. Hay hombres así.
Recorrer esta parte de la costa peruana y sus particularidades no es difícil. La cercanía entre las ciudades, entre dos y tres horas en bus una de otra, además de la disponibilidad del transporte cada diez minutos lo confirma. Son ciudades que están conectadas por un flujo migratorio intenso, por el comercio, el turismo y las oportunidades laborales. Pero también con sus diferencias culturales y competitividades. Tal vez Chincha esté más apegada a una visión capitalina, por su cercanía con Lima; mientras que Ica y Huacachina sin duda mantienen la hegemonía cultural, pero no pueden competir con el encanto de Nasca, su vida tranquila y el imaginario que deriva de sus líneas.
Le cuento a Josué de los bares chinchanos a los que he ido, regentados por venezolanas; de lo poco que conocen a los autores iqueños en los colegios del circuito; del rico y crocante pan de leña nasqueño; de la visita frustrada a la chacra de nuestro amigo en común Rafael Tapia, en la frontera Nasca-Ayacucho, a causa de una zanja sin tapar, obra del municipio, que no permitió el paso del auto; de cómo los iqueños se lamentan de los guarangos cada vez extintos y convertidos en carbón, pero que no dudan en comer un pollo al carbón, para sentir su sabor, aunque lo embadurnen de salsas. Josué me escucha y sonríe y enseguida me cuenta la historia del turista chino y el APRA y las ruinas nascas allá por aquellos años. Y seguimos en la plaza ahora con los villancicos navideños a cuesta.
Escrito por
Escritor y periodista peruano. Magister en Literatura Hispanoamericana. Autor de novelas y libros de investigación y ensayo.