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foto: la republica / L. Fernandez

Puno sangre caliente

Christian Reynoso

Publicado: 2023-01-10

Dina Boluarte tendría que ser una política estúpida para creer que después de lo que ha ocurrido en Juliaca y Puno, pueda seguir al mando del gobierno. Si es así, no es política, pero sí algo peor que una estúpida. Lo mismo podemos pensar de su primer ministro Otárola y el resto del gabinete. Y lo mismo de los congresistas que pretenden quedarse en sus curules. A estas alturas es inviable que el Perú esté gobernado por Boluarte y compañía y un congreso deslegitimado. Los políticos peruanos se han degradado tanto (herencia del fujimorismo, especialmente) que el hartazgo ya no conoce de paciencia.

El asesinato de 17 civiles en Juliaca, el 9 de enero, en su gran mayoría jóvenes de entre 20 y 30 años, a manos de las Fuerzas Armadas (balas y perdigones), además del asesinato de un suboficial PNP, carbonizado a manos de los manifestantes, no solo es expresión de una ultraviolencia innecesaria, sino irracional, y debe ser condenada. Pero es también el resultado de un gobierno que ya lleva otros 28 muertos en la espalda y que, no obstante, hace oídos sordos a la voluntad de un sector mayoritario del país (es decir, el país que no es Lima), que pide la renuncia de la presidenta para la convocatoria a nuevas elecciones. Una corriente de opinión dice que será más de lo mismo, y seguramente será así, pero eso no significa que haya que tolerar que quienes hoy están en el gobierno y en el Congreso, manchados de sangre, sigan ahí, hundiendo al país en sus mezquindades y luchas de poder.

De esta manera, es el gobierno y sus voceros, además de la derecha (enquistada en Lima), quienes son los principales instigadores de este descontento y revueltas con las consecuencias ya conocidas. Hay pues dos lecturas irreconciliables, antagónicas, despreciativas y racistas, en la forma de pensar y vivir el Perú, que han marchado paralelas con el correr de la historia, y que han tenido su punto álgido de enfrentamiento con la elección de Pedro Castillo, elección legítima que ha sido bombardeada desde el primer día. Más allá de la incapacidad de Castillo y la corrupción de la gente de su entorno, hay que reconocer que no se arrodilló ante la derecha, ante Lima, decisión que, al mismo tiempo, fue su talón de Aquiles. Por el contrario, Boluarte ni bien vistió la banda presidencial cruzó la línea fronteriza y hoy tenemos 46 muertos y ciudades paralizadas y destruidas.

¿Dónde están los líderes de opinión y políticos de toda tienda, que suelen salir a hablar y a presionar cuando las muertes ocurren en Lima? Hoy guardan un silencio cómplice. ¿Por qué no hay una presión política para que tanto el gobierno como el congreso asesinos de hoy dejen el poder? Tal vez, por eso, como se trata de ejercer presión, ahora se hable de “sitiar Lima” desde las regiones, pues la indignación crece. ¿Será posible? ¿Será razón para nuevos enfrentamientos y muertes? Seguro que sí. En todo caso, ¿cuántos más muertos se necesitan?

Al parecer, el gobierno envía a Puno una comisión espuria sin capacidad de decisión, para negociar ¿qué?, puesto que la consigna es clara: la renuncia de Boluarte, que se vayan todos, frase ya simbólica en el imaginario peruano. No hay más. Pero Puno y Juliaca siguen con la sangre caliente. Han matado a sus hijos. Y seguramente mientras más balas haya más sangre hirviendo habrá, no obstante, la consciencia de que todo esto condenará al atraso de la región en lo económico, social y cultural.

Por eso mismo, es también lamentable que hayan sido los propios puneños urbanos quienes hayan saqueado e incendiado los centros comerciales de la ciudad sin ningún empacho, corriendo con sus bolsas, con sus asquientos aprovechamientos. Los vecinos de tu barrio, los de la vuelta de la esquina, las señoras comerciantes, los delincuentes y los borrachos de paso. Solo algunos gritos de la gente indignada impedían el saqueo con la condición de que los productos vayan a la hoguera. De esta manera, se deslegitima una protesta justa y la convierte en una anarquía delincuencial por encima de los muertos. No vengan a echar la culpa a los aimaras y quechuas. La sangre hierve en Puno, las palomas de las plazas vuelan sin saber lo que ocurre, el cielo azulino se alza hermoso, pero en las calles, en las casas, en las familias, el dolor cobra vida y la sangre se calienta.


Escrito por

Christian Reynoso

Escritor y periodista peruano. Magister en Literatura Hispanoamericana. Autor de novelas y libros de investigación y ensayo.


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