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El caballo de Quintanilla

Christian Reynoso

Publicado: 2023-08-29

Quien haya visitado la casa-taller del pintor y escultor Alberto Quintanilla del Mar (Cusco, 1932), en Lima, de seguro no ha sido indiferente a los cuadros, esculturas, máscaras, muñecos de cartón, libros y objetos artísticos que pueblan el ambiente. Una impresión visual que impacta y permite imaginar al visitante un mundo mágico y que, al mismo tiempo, despierta el deseo de tener consigo las obras, o al menos una de ellas. La ambición que, en este caso, implica un sentido de propiedad de la obra de arte como una forma permanente de goce estético.

Entre los objetos artísticos hay un caballo de madera de tamaño natural. No es una obra de la autoría de Quintanilla. Él, más bien, ha creado caballos en fierro forjado que son parte de la colección de sus esculturas, pues el caballo siempre ha sido un animal que nuestro artista ha admirado. La fascinación tiene su origen en los magníficos caballos percherones que hacían números en los circos que llegaban al Cusco y que Quintanilla veía de niño. Posteriormente, fue el “El llanero solitario” y su fiel Plata, los que ampliaron su deleite.

El caballo de madera está en una esquina de la sala. Desde este lugar domina la mesa donde los visitantes se sientan en derredor. Es como un fiel guardián que ha acompañado a Quintanilla sin salir de casa, porque no ha tenido oportunidad como sus compañeros de fierro forjado. Quintanilla lo encontró en una tienda de Lince, a mediados de los ochenta, en una de las ocasiones que llegó al Perú desde Francia, a donde se fue a radicar a comienzos de los sesenta. Preguntó por el precio: 60 mil dólares. La vendedora creía que era un hombre rico. “Es una antigüedad”, reforzó. Pero a él le pareció muy oneroso. A los pocos días, volvió a ver al caballo en el Jirón de la Unión, pero la verdad era que nadie podía comprarlo a ese precio.

Pasaron los años y cada vez que Quintanilla regresaba a Lima veía al caballo huérfano de amo. Para entonces el costo había disminuido a 15 mil dólares. Tras las negociaciones, finalmente se lo llevó por 12 mil. Enseguida, lo instaló en su casa. Habían tenido que pasar varios años para que estuvieran juntos. Ambos se habían esperado. Hoy, a Quintanilla le place que todas las personas que lo visitan en su casa-taller, en algún momento, quieren montar el caballo. Él se los permite. También recuerda con picardía que, en algunas ocasiones, bellas mujeres incluso desnudas, han montado el caballo. Y él se ha sentido feliz.


Escrito por

Christian Reynoso

Escritor y periodista peruano. Magister en Literatura Hispanoamericana. Autor de novelas y libros de investigación y ensayo.


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