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El Hemingway peruano

Christian Reynoso

Publicado: 2023-09-05

En el pueblo dicen que en Puerto Caballa se le puede encontrar, que no hay pierde, que está solo, apenas con la compañía de su perro y los pescadores eventuales que llegan para la jornada. “Allí lo encuentras, sí o sí”, me dicen. La conversación e información que me brindan Onésimo, Calica, López y Chaupín, en la glorieta de la plaza de Coyungo, termina por convencerme, mientras el ponche de Luzmila pasa de mano en mano. Chocolate licorero. “Tengo que ir en busca del Hemingway peruano”, me digo. La decisión está tomada.

Al día siguiente, conseguir movilidad no resulta sencillo, pero al fin aparece Zapata con su cuatro por cuatro, quien accede a emprender el viaje. Llegar a Puerto Caballa significa un recorrido de casi dos horas de desierto, dunas, arena, ventoleras, hasta de pronto ver, desde cierta altura, la franja azulina del mar y percibir, a medida que nos aproximamos, el olor salado. Zapata es un afro sesentón que suele trabajar en el negocio de los tubulares, pero sobre todo es un contador de historias de aparecidos, historias que le han sucedido a él desde que era niño. Tal vez, algún día, escriba un libro, dice.

Zapata me deja en la casa de Hemingway, en realidad una casucha de construcción pobre, pero con un balcón y vista privilegiada frente al mar. Unas cuantas casas más en media luna conforman Puerto Caballa. El mar, más bien, es como un lienzo en movimiento. El ventarrón que baila ese día produce entre las olas una niebla que asusta y que no permite entrar al mar. Incluso, caminar por la orilla resulta una lucha de titanes. Hemingway me recibe sonriente y con un apretón de manos. Llama la atención su gran panza, su cabello blanco, su rostro coloradón y su vestimenta de pescador, con short y sin calzoncillos, tal como Hemingway.

Mientras conversamos de lo viejo que está —según él—, y el mar que le da de todo para vivir, el Hemingway peruano cuyo nombre es Zenón, eviscera unas lornas y chitas. Al cabo, los pescados regalan su delicia en un perol con aceite y poco después disfrutamos de un almuerzo sin cubiertos, pero con cervezas. Dátil, su perro chascoso, espera ávido las sobras. Ya está acostumbrado a comer espinazos, dice Hemingway. Entre revistas viejas y libros en una mesa veo un ejemplar de “El viejo y el mar”. “Cualquier pescador que se respete ha debido leerlo”, dice. Luego, se pone a contar historias de su vida, del sargazo que recoge, de las sirenas preciosas que aparecen por las noches y embrujan, y de los fantasmas del mar y de Puerto Caballa. El sol cae y Zapata me dice que es hora de volver. Adiós, Hemingway.


Escrito por

Christian Reynoso

Escritor y periodista peruano. Magister en Literatura Hispanoamericana. Autor de novelas y libros de investigación y ensayo.


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