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Lluvia en Tarapoto

Christian Reynoso

Publicado: 2024-01-23

Llueve en Tarapoto y la selva y los bosques se mojan, y yo me mojo. El poder y el sonido de la lluvia en esta ciudad es como un canto, un mantra, que proviene de las lianas, y que invita a quedarse en la cama todo el día o por lo menos lo que dure la lluvia para estar conectado con el cielo, el verde y el azul, o lo que es lo mismo: para hacer el amor a quien amas, mientras llueve. Es que, en Tarapoto la lluvia incita al amor. Es lo que dicen en La Jardinería, mientras los fraps de cajué se sirven tan, pero tan súper helados que destemplan los dientes. Y es lo que yo he comprobado al llegar a esta ciudad.

A la lluvia se le conoce como “tidya”, una palabra que proviene de los nativos waycus en Lamas. Tidya es la lluvia. Lluviosa ella, lluvioso yo, ambos necesitamos guarecernos en nuestras cuevas y escurrirnos. Imagino que la lluvia luce un vestido de tul de flores amarillas y que su silueta se dibuja y asoma como en un cuadro de Rupay. Es cuando se desata ―como la lluvia― el sortilegio de la encantación de la selva. Imagino, también, que la lluvia me da el poder para transparentar su tul y resbalarme en ella. Y así lo hago. La lluvia nos invade y Tarapoto se hace más hermoso con su paisaje verde y aladrillado bajo nuestras piernas que tiemblan.

La lluvia no cesa, lo que desde luego favorece a los amantes. En Tarapoto puede llover un día entero con su noche y su posterior mañana y seguir lloviendo, como si el cielo no tuviera otra cosa que hacer, pero eso no me asombra. Me asombra la velocidad de la lluvia en juego con la velocidad de las motos y las motokars en las que se transportan familias enteras con niños, guaguas y bultos, sobre las calles humedecidas de la ciudad, sin que sea necesario rezar. Me asombra la ansia y velocidad de mi cuerpo para amar la lluvia de tidya, y me asombra mi permanente humedad lluviosa que se barniza aún más con el agua de coco que cae de las palmeras cocoteras.

Después de la lluvia los gallos cantan y las mariposas, polillas y zancudos danzan sobre la luz y el resplandor de nuestros cuerpos sudorosos. Hasta una salamandra asoma sus colores y su pescuezo. Pero ni siquiera esos animales pueden frenar el vaivén en el que nos fundimos la lluvia y yo. Y el tiempo avanza y brilla como la catarata plata de Ahuashiyacu o el rumor de la laguna de Sauce; el aire se torna denso y caliente, y es necesario un refresco de uva o un barquillo de taperibá para saciar la selva. Tarapoto duerme amanece llueve despierta sueña y yo me siento a ver la cordillera Azul, mientras cae el chorro frío de la ducha sobre las mayólicas guindas. Tarapoto lluvioso, Tarapoto mojado.


Escrito por

Christian Reynoso

Escritor y periodista peruano. Magister en Literatura Hispanoamericana. Autor de novelas y libros de investigación y ensayo.


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