Libros a mí
Christian Reynoso
Los libros son como los cuadros, al menos para mí. Te acompañan y te producen un placer estético cuando menos. Los lees, los observas, encuentras sentidos nuevos cada vez, o líneas y trazos perdurables o texturas secretas, y disfrutas del regocijo de tenerlos contigo y de la calma que te otorgan su contemplación y lectura. Los libros valorados, en todo caso, no solo por su contenido sino como objetos artísticos. Digamos que uno quisiera tener tantos cuadros como libros tiene, pero es imposible. Las paredes no dan para tanto, los anaqueles sí.
Pero hay libros y libros. Hay libros que no se deben leer y que tampoco merecen estar en tu biblioteca, pero por alguna razón permanecen ahí, a la espera de un terremoto. Hay libros que se leen solo una vez y a los que nunca más vuelves. Hay libros que lees y miras con más esmero y respeto y les guardas cariño; y hay libros a los que regresas siempre, los que ocupan un lugar personal, y que terminan gastados de tanto ser manipulados y leídos. Almacenan, seguramente, alguna porción de tu vida o algún sentimiento que ignorabas hasta entonces o algún tipo de dinamita que te enciende.
Hay libros que has perdido por equis razones. Ya no tenerlos contigo te produce pena. Es mejor olvidarlos, aunque siempre quede la posibilidad de que algún día te topes con uno de ellos. Hay libros que deseas con cierto arrebato, pero que son imposibles de conseguir, especialmente si se trata de ediciones príncipe. Acaso un fetichismo que linda con la vanidad y la obsesión. Y hay libros que hay que destruir sin piedad, echarlos a volar por la ventana o prenderles fuego o refundirlos en el tacho de la basura. Sin sentir que cometes un pecado.
Ya no me importa no leer todos los libros que tengo. Me basta con tenerlos. Son como ángeles caídos. No solo en los libros se encuentra la lectura que uno precisa. Los libros suelen adoptar otras formas que hay que saber reconocer. Cuando caminas lees, cuando amas lees, cuando duermes lees, cuando sufres lees. Los libros también sufren, especialmente en los climas húmedos, mientras que las polillas hacen su parte. De esa forma, libros vírgenes y no tan castos se echan a perder. Tan triste como las casas en las que no hay un solo libro.
Escrito por
Escritor y periodista peruano. Magister en Literatura Hispanoamericana. Autor de novelas y libros de investigación y ensayo.