En la piel de la madre más temida
Christian Reynoso
Más allá de la polémica que ha suscitado la reciente película “La piel más temida” de Joel Calero (Huancayo, 1968) (humanizar a los terroristas versus libertad creativa) que ya termina de desgastarse, pero que contrariamente ha dado impulso para que el film se mantenga más semanas en cartelera, lo que desde luego es positivo, vamos a ocuparnos en esta columna de algunos aspectos de la película que han llamado nuestra atención.
Si bien la historia se centra en Alejandra (Juana Burga) ―la joven cuzqueña que vuelve a su ciudad natal desde Suecia después de 22 años para firmar la venta de la casa materna y se encuentra con un pasado familiar revelador en el cual su padre encarcelado por terrorismo será el eje del drama―, creemos que es Dominga (María Luque), la abuela paterna de Alejandra, quien adquiere mayor protagonismo y grosor en la historia, frente a una Alejandra ingenua, fría y un tanto distante de la realidad y que parece no terminar de entender la dimensión de las revelaciones. Podemos suponer que es el desarraigo el que se impone o el shock de las revelaciones la que la paralizan.
Pero, en nuestra opinión, es Dominga quien encarna el drama de “La piel más temida”. Su pobreza material, su lejanía geográfica al vivir en una localidad apartada de la capital cusqueña, su soledad, su condición de madre de un terrorista encarcelado, la responsabilidad que adquiere con su hijo al ser ella la única visitante y procuradora de sustento, la tristeza de sus ojos que cargan todo el peso de una vida seguramente llena de carencias y sufrimiento, la convierten en un personaje rico y lleno de matices que María Luque, la actriz boliviana que la encarna, además con su dejo boliviano característico (ojo), resuelve muy bien y echa sombra al resto. Es Dominga quien vertebra la historia y funciona como puente entre Alejandra y su padre, aunque ambos nunca lleguen a darse la mano en ese puente.
“La piel más temida” es una película de sentimientos, de aquellos que se revelan y aquellos que se guardan, aquellos que se descubren cuando se escarba el pasado y peor si ese pasado está relacionado con esa parte negra, violenta y manchada de sangre de nuestra historia como país. El diálogo entre Víctor (Amiel Cayo), un camionero, y Dominga (en una secuencia que muchos han destacado) resume el cúmulo de esos sentimientos. A la sazón, Alejandra duerme. Está ausente, como su papel. Los arpegios que ejecuta Víctor en su mandolina, mientras narra su historia de militante y exmilitante de Sendero, son la clave para el espectador, pero Dominga ya lo sabe, ya lo entiende, ya no le hace falta escuchar. Es la madre que por encima de todo debe soportar y enfrentar el destino que le ha tocado. Sola. Sola con su atado. Temida.
Escrito por
Escritor y periodista peruano. Magister en Literatura Hispanoamericana. Autor de novelas y libros de investigación y ensayo.