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Bello, hermoso, guapo…

Christian Reynoso

Publicado: 2024-05-28

“Bello, hermoso, guapo, mi amor, mi bebé, ven… ¿qué te sirves? Ven, pasa, ven… bebé, mi adoración, mi amor, mi encanto, mi lindura, ven… ven, bello, pasa…”. Me siento afortunado. Me siento bello. Me siento enamorado. “Aquí tenemos todo”, añade la jovencita, sonriente, simpática, con su dejo selvático cantarín y a mí ya no me queda ninguna duda de que yo soy el elegido. No puedo resistirme ante los adjetivos, la música de las palabras y el cortés ofrecimiento. Acepto la invitación. Y entro. El pasillo se llena de voces de protesta ante mi decisión.

La primera vez me sentí intimidado. Luego de unos días regreso, y nuevamente Dalila (ya sé el nombre de la jovencita) me enamora y me ofrece con igual pasión e ímpetu lo que yo desee. Y yo vuelvo a entrar, mientras le respondo con igual calibre de adjetivos. Por alguna razón, Dalila se queda en silencio, pero luego de un momento, la sonrisa vuelve a su semblante. Enseguida le comunica a la señora Silvia mi pedido, quien se pone manos a la obra. Dalila se desatiende de mí e inicia otra vez su canto de palabras enamoradoras para atraer a las personas que pasan delante de la juguería. La lucha por los clientes es cosa de todos los días y suele ser encarnizada.

Dalila trabaja para la señora Silvia hace cinco meses en su puesto de jugos del Mercado Número 2 de Tarapoto. Llegó de Rioja apenas acabó el colegio. Espera trabajar y ahorrar para luego postular a la universidad, pero quien sabe qué le depare la vida. Muchas de sus compañeras han optado por irse de San Martín a probar suerte a otras ciudades, en especial a Lima. Allí hay más oportunidades, dicen. No todas tienen las condiciones y ganas para seguir estudios y la vida apremia. Ella ha tenido suerte de encontrar a la señora Silvia, por ahora. A diario debe madrugar a las cinco, hora en que abre el puesto, ataviada con un mandil blanco, y con el cabello recogido en una malla.

Visitar los mercados siempre es una forma de conocer una ciudad, su gente, sus historias y su tejido social. Así lo hago a menudo por todas las ciudades por las que viajo. Al cabo de unos días regreso al mercado para el jugo de papaya acostumbrado. Pero esta vez ya no hay amor, ya no hay belleza, ni bebé, ni adoración, ni encanto, ni guapura, ni lindura… Nada. La señora Silvia nos cuenta que Dalila se ha enfermado, que la gripe la ha mandado a la cama y que ahora mismo guarda reposo. Esa mañana el jugo de papaya sabe amargo. Dalila. Dalila.


Escrito por

Christian Reynoso

Escritor y periodista peruano. Magister en Literatura Hispanoamericana. Autor de novelas y libros de investigación y ensayo.


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