Encuentro con María Luque de “La piel más temida”. Parte 2 final
Christian Reynoso
A sus cuarenta años María Luque aún no tenía consciencia de lo que era ser una actriz. Su vida transcurría entre el trabajo y los hijos, hasta que sufrió un episodio de violencia familiar. Su esposo bebía y las cosas se descontrolaron. La crisis se agudizó y María tuvo que recurrir al Centro de Promoción de la Mujer Gregoria Apaza de El Alto para recibir ayuda. Allí conoció a Erika Andia, directora y actriz boliviana, famosa por su papel en “¿Quién mató a la llamita blanca?” (2006), quien dirigía talleres de teatro. De esta manera, en 2007, María recibió su primera clase de actuación. Su vida cambió.
Empezó con una obra en la que, junto con otras mujeres, actuaba y testimoniaba su condición de mujer en situación de violencia. La obra se presentó en todos los distritos de El Alto. María empezó a destacar y poco a poco la llamaron para radionovelas, spots, documentales y películas. “Ha sido un cambio grande para mí, iba con mi aguayito al taller y memorizaba lo que tenía que decir”, nos cuenta. Su primer papel en el cine fue el de una abuela en “Campo de batalla” (2011), una película sobre la migración. Con el tiempo ha actuado en “Pacha”, “Averno”, “Lo peor de los deseos”, “Viejos soldados”, entre otras, y en la serie “La reina del sur” (“vi a la Kate del Castillo de lejos”, recuerda), hasta que llegó la oportunidad de “La piel más temida”, gracias a uno de los actores, Amiel Cayo (el camionero Víctor), que la presentó al director Joel Calero, para que interpretara a la abuela Dominga.
María ya había estado en el Cusco, junto con otras mujeres bolivianas, donde presentó la obra teatral “Kusisita”, pero esta vez llegó sola para participar de la película peruana. “Me sentí una maravilla cuando recibí la confirmación de mi papel”, dice. “Me puse a memorizar y a practicar y en mi familia se alegraron mucho”. La escena más difícil fue la de matar al conejo: le temblaron las manos; mientras que la escena que, como le contamos, ha sido destacada por la crítica —el diálogo al interior del camión entre ella y Víctor, mientras este toca la mandolina— la recuerda con especial cariño: “Se hizo de madrugada y salió de una sola, no hubo que repetirla”.
Sobre su marcado dejo boliviano que se deja oír en la película, el director le dijo que no se hiciera problemas, que hablara natural. Y así fue. “Me metí en el papel y solo actué”. Fue como un sueño del que despertó solo cuando acabó el rodaje y tuvo que volver a Bolivia. “Me vine llorando en el avión”, nos dice. “Todos en la productora me trataron bien y les agradezco. Me sentí en familia y me da gusto que en Perú hayan visto la película”. Esto da pie para que María hable sobre el cine boliviano: “Aquí en Bolivia se ven mucho más las producciones extranjeras y no valoran lo nuestro, por eso yo sigo apoyando lo que se hace aquí”. Por ahora, María espera mejorar de salud y seguir actuando. También tiene planeado ir a bailar a la fiesta de la Virgen de Urkupiña, en Cochabamba, y comer una sajta de pollo que es su plato favorito.
Ver parte 1 de este artículo aquí.
Escrito por
Escritor y periodista peruano. Magister en Literatura Hispanoamericana. Autor de novelas y libros de investigación y ensayo.