Aunque Patricia Chirinos, abanderada congresista de la República, haya sacado el dedo medio y calificado de “imbéciles” al grupo de personas que la echó del siempre concurrido bar La Noche, en el distrito limeño de Barranco, hace unos días; sin duda, algo en su fuero interno la debe perturbar y molestar. Pues, para un político o que se precia de serlo, el rechazo que le expresa la ciudadanía, vivido en carne propia y frontal, debe constituir una terrible amargura.

Le respondieron con un “fuera mierda”. Entonces a ella y a su acompañante, el congresista Luis Aragón, no les quedó más remedio que retirarse del local, con el rabo entre las piernas, con el ácido de la derrota. ¿Hubiera ocurrido lo mismo con otra u otro congresista? ¿Hay algún congresista que goce de simpatía? ¿Ocurre a menudo este tipo de rechazo a los políticos cuando están fuera de su zona de confort? ¿Es una nueva manera de protesta frente a la ausencia de marchas en el país?

En realidad, lo que ha hecho este grupo de ciudadanos al pedir de forma espontánea (lo que es significativo) el retiro de este par de congresistas del lugar, es definir una postura de rechazo a la clase política desde el pequeño espacio que habito, que frecuento, que visito; vale decir, mi espacio, mi casa, pues en la calle, en la gran avenida, mi voz se pierde y corro el riesgo de ser reprimido y baleado, porque así están las cosas en el Perú de hoy.

¿Es legítimo no querer compartir el mismo espacio con quien no me representa, con quien considero un pillo? Una lectura opuesta podría afirmar que la tolerancia se acabó y que la radicalidad sale a flote, pues incluso les lanzaron objetos. Lo que, desde luego, es cuestionable. En todo caso, lo ocurrido es una muestra del cansancio que existe en este momento ante la figura del político peruano. Y eso debe ponernos en autos. ¿Qué viene? ¿Una comisión del Congreso para investigar lo ocurrido? ¿Presupuesto para eso?