Lo que hicimos en la cama
Christian Reynoso
“Aquello que no puede hacerse en la cama no vale la pena”, bromeó alguna vez el actor, humorista y escritor neoyorquino Groucho Marx. ¿Será posible? “Es probable que tuviera razón, pues, los humanos, en un momento u otro, han hecho prácticamente todo en la cama. Para los antiguos egipcios la cama era un vínculo vital con el más allá; en la época de Shakespeare era un lugar para socializar, y durante la Segunda Guerra Mundial Winston Churchill dirigió la Gran Bretaña desde sus sábanas”, es lo que sostienen los arqueólogos Brian Fagan y Nadia Durrani, autores de “Lo que hicimos en la cama. Una historia horizontal” (Fondo de Cultura Económica, 2023).
El libro es un fascinante recorrido por la historia de la cama a lo largo de la humanidad. Desde que solo era concebida como un espacio hueco en el suelo dentro de las cuevas, acondicionado por un atado de cueros y pieles, hasta las sofisticadas y placenteras camas King de hoy en día; los autores hacen, además, un repaso por todas las variantes, utilidades y concepciones simbólicas que el humano, en distintas épocas y contextos ha dado a la cama. En todo caso, “nuestras camas revelan mucho sobre quiénes somos, cómo vivimos y lo que pensamos”, escriben.
Es verdad. La cama como una proyección de nosotros. La cama a la que volvemos cada noche y tal vez cada tarde para la siesta. La cama que nos cobija en el sueño, la enfermedad, el placer y el relajo. La cama tan necesaria para el alumbramiento, lo mismo que para el último respiro, sea la cama hogareña o la de un hospital. El lecho mortuorio, en buena cuenta una cama, para el sueño eterno. La cama nupcial, para el placer de los recién casados. La cama, el espacio por excelencia para la práctica del sexo, para el disfrute de la televisión y los alimentos, para soñar, para curar la borrachera y para elucubrar los más inocentes como siniestros planes. La cama.
La cama como refugio y sensación de seguridad (rezar antes de irse a la cama), la cama y la habitación como nuestro espacio íntimo, pero asimismo la cama como espacio colectivo, como la Gran Cama de Ware, en la hostelería de un pueblito al norte de Londres, en el siglo XVI, en la que podían descansar hasta doce personas juntas cómodamente o sin tocarse entre sí, como prefiriesen. Hoy la Gran Cama de Ware es pieza de un museo londinense. Mientras que dormir socialmente sigue siendo una práctica popular en algunos lugares de Asia y Mongolia. ¿Y por aquí? ¿Cuántas veces hemos compartido una cama con familiares, amigos y absolutos desconocidos?
Escrito por
Escritor y periodista peruano. Magister en Literatura Hispanoamericana. Autor de novelas y libros de investigación y ensayo.