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Juliaca: 2 años de muerte e impunidad

Christian Reynoso

Publicado: hace 23 horas

Los diecinueve ataúdes están uno al lado del otro. Forman una fila. La foto ha sido tomada desde un plano superior, de seguro, con un dron. Es la plaza de Armas de Juliaca, los días posteriores al 9 de enero de 2023. El primer ataúd es de color blanco; del segundo no se distingue el color porque está cubierto enteramente por una gigantografía con imágenes de la vida del muerto; los siguientes cuatro son de color café en distintos tonos; el séptimo casi de un color beige o café muy claro; siguen otros cinco cafés en distintos tonos; el resto de los ataúdes que son siete son blancos, como el granizo.

La mayoría de ellos lleva una cruz sobrepuesta en la superficie. Y todos ostentan una hoja en los extremos superior o inferior donde está escrito el nombre del muerto. Un solo ataúd no asusta a nadie. Pero diecinueve ataúdes juntos con sus muertos y sus nombres y sus apellidos escuecen el corazón, motivan la indignación y pican las ganas de insultar a Dios, y al gobierno de Dina Boluarte que ha matado a esos ciudadanos que hasta hace poco vivían sus vidas en la ciudad de Juliaca. No hay flores, no hay arreglos florales, no hay nada. Solo muerte.

Las flores ahuyentan el olor de la muerte, pero esta vez, el olor de la muerte debe estar presente, no debe olvidarse. Por eso nadie usa mascarillas ni hace ascos ni se tapa las aletas. Se debe sentir el olor de la muerte de los diecinueve ataúdes que guardan diecinueve cuerpos. Hombres y mujeres, entre 20 y 30 años cada quien. Las balas han caído como granizos, dicen. Han disparado por gusto, añaden. Han matado sin discriminar, repiten. Por eso no hay flores. No es momento para flores. Gobierno asesino. Represión asesina.

Los ataúdes están rodeados de hombres, mujeres, jóvenes y niños. La gran mayoría de esa gente lleva la cabeza cubierta con sombreros y yoques. Conversan entre ellos, mascan chicles y hojas de coca, y murmuran sobre los asesinos. Entre esa muchedumbre están presentes los familiares de los muertos. Más tarde, uno de ellos hablará con rabia y pedirá justicia. Los ataúdes despiden un olor mucho más fuerte que el olor de la muerte, porque son también símbolos. El poder del símbolo hará que una vez que sean enterrados y tapeados con losas y cemento, nadie los olvide. Días, meses, años. Hasta que los responsables paguen. Y aun así.


Escrito por

Christian Reynoso

Escritor y periodista peruano. Magister en Literatura Hispanoamericana. Autor de novelas y libros de investigación y ensayo.


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