Lima y sus fuegos
Christian Reynoso
«Y un edificio de Lima es como tus muslos», dice un verso del poeta Domingo de Ramos en su libro «Arquitectura del espanto» (1988). Hoy que los edificios-almacenes del cercado de Lima se pulverizan por efecto del fuego, la informalidad y el sálvese quien pueda, me viene a la mente esta mirada casi subterránea y potente del poeta. Muslos, edificios, en clara alusión al cuerpo femenino, porque quién va a discutir que Lima no es una mujer. Una mujer desgastada por el tiempo y la historia, que a duras penas contiene a sus habitantes sin tener murallas donde apoyarse.
La arquitectura salvaje, y nuevamente informal, de ciertos sectores de Lima asusta tanto como su belleza añeja y pasada, hoy marginalizada y peligrosa. Esa Lima que funge de ciudad declarada imbécilmente potencia mundial en boca de un alcalde fantasma como los que habitan en aquellas casonas de quincha y adobe y edificios truchos sin ventanas ni condiciones de seguridad, en los que se almacena y quien sabe qué más. Solo en Lima el Cuerpo de Bomberos queda huérfano de madre ante el siniestro, sin tener las condiciones necesarias ni el agua precisa para apagar la sed de los muslos.
«Lima es por excelencia la ciudad en que cada cual hace lo que quiere, pues en una época todos sus habitantes se consideraban reyes», dice Antonio Iturrino en su novela «Los misterios de Lima» (1872). Digamos que en una época que no tiene tiempo, porque hoy por hoy en Lima todos siguen siendo reyes, sin reclamo ni perfidia; pues, con razón y además, es la llamada Ciudad de los Reyes. Reyes de todo calibre y bolsillo, reyes y reinas para todos los gustos, que otean la ciudad desde terrazas frente al mar como desde huariques y chinganas de suburbios imposibles.
Reyes empresariales que construyen centros comerciales vacíos o con techos que se caen y matan; reyes clandestinos que construyen edificios que se incendian y de paso destruyen vidas colaterales; reyes políticos y delincuenciales que saquean el país; reyes y reyezuelos con egos manifiestos que engendran príncipes coyunturales e impunes; todos juntos y revueltos, hipocritones, en la gran Lima. La Lima esa que no se va ni se irá a menos que se incendie; la Lima en la que hay que sobrevivir y facturar sin importar cómo. Porque en Lima, sin auto y sin plata, la hueva, compadre, como dice El Príncipe reynosiano.
Escrito por
Escritor y periodista peruano. Magister en Literatura Hispanoamericana. Autor de novelas y libros de investigación y ensayo.