Los cerezos que caen de los árboles
Christian Reynoso
La escena dura menos de un minuto, pero es uno de los puntos más reveladores de la obra: el encuentro entre el viejo mayordomo Fidel y el cóndor, en un momento tal vez delirante. Ambos sostienen un breve diálogo en el que el cóndor le hace saber que no estará solo, pues Fidel (Augusto Casafranca), enfermo y abandonado a su suerte, al mismo tiempo que creyente y guardián de las creencias andinas, ha quedado solo en medio del caserón, en las afueras de Lima. Los patrones, en franca decadencia económica, se han visto obligados a subastar la propiedad y esperan comenzar una nueva vida en París, en realidad una vida tragicómica.
La escena corresponde a “Niños caen de los árboles”, obra recientemente estrenada, escrita y dirigida por Mariana de Althaus, inspirada libremente en la clásica pieza “El jardín de los cerezos” (1904) de Antón Chéjov. Desde luego, siguiendo las preocupaciones e intereses estéticos de Althaus, la obra se contextualiza en la realidad contemporánea peruana y consigue crear un fresco que confronta a la vez que propone la ironía frente al desencanto. Un drama de familia que alcanza tanto a los señores como a la servidumbre y sus relaciones dependientes, en el que cada personaje representa un universo fracturado entre el pasado y el futuro que anhela.
Angélica (interpretada por una potente Karen Spano), atormentada por fantasmas del pasado que le traen la muerte temprana de su hijo, vuelve después de varios años al caserón y de esta manera nuclea la historia que pronto se alimenta de una realidad que sobrepasa a todos quienes están en su entorno: su hermano (Lucho Cáceres), su hija (Mar Balarezo), y los empleados (Kiara Quispe y Brian Cano). El futuro se impone y junto con él la modernidad y el capitalismo. ¿Qué hacer con el jardín de cerezos que está frente al caserón? Las decisiones apuran. Las frustraciones, el desarraigo, las inequidades, los sueños progresistas, el sentido de justicia, el mundo al revés, emergen en una suerte de gran teatro de la vida. Dalila (Carolay Rodríguez), la hija de uno de los antiguos empleados del caserón será la nueva dueña y ello subvierte el tablero habitual de los roles hegemónicos.
La obra guarda también una reflexión política o el intento de una lectura del Perú actual ―atravesado por violencia, asesinatos, corrupción, políticos inútiles e indolencia―, en manos del profesor Antonio (Sammy Zamalloa), novio de la hija. Es el personaje antagónico quien cuestiona en los demás, y acaso en los espectadores, qué estamos haciendo como ciudadanos, cómo respondemos, cómo nos refugiamos, cómo nos pensamos, cómo nos miramos, cómo resolvemos aquella superioridad moral que nos endilgamos como dueños de la verdad que creemos y que cuesta transigir sin llegar al acomodo, cómo. Me dan miedo las conversaciones agradables, dice en un momento, como una forma de proponer un nuevo diálogo para el país y sus problemas y nuestras consciencias.
Escrito por
Escritor y periodista peruano. Magister en Literatura Hispanoamericana. Autor de novelas y libros de investigación y ensayo.