El andar lento de don Claudio
Christian Reynoso
Don Claudio Caro llega a las ocho en punto de la mañana, listo para iniciar la jornada del día. Su tarea, por la que cobra un significativo monto, es quitar las mayólicas viejas del baño tanto del piso como de las paredes. Ya lleva tres días en esta labor y dice que en un día más el trabajo estará concluido, para enseguida poner las mayólicas nuevas. “Como son antiguas estaban con cemento”, me explica, “por eso es más difícil sacarlas, ahora solo utilizan pegamento”. Y toma el combo y el cincel, y vuelve el sonido monótono del martilleo seco.
Don Claudio Caro ha nacido en Ayacucho. Debe tener unos 65 años, aunque parece de más. Como todo albañil tiene las manos grandes y una fuerza impresionante en los brazos. Es de estatura baja, andar lento despreocupado y voz gangosa. A primera vista parece un anciano, pero una vez que llega y muda su ropa de calle por la de albañil (jean y zapatos gastados y empolvados, polera delgada de manga larga y yoque, a lo que suma los lentes protectores), da la impresión de que se revitaliza, y con esa consigna se enfrenta a las mayólicas testarudas.
Don Claudio Caro me cuenta que en Ayacucho tiene tres casas, y que por eso viaja de cuando en cuando. Les está haciendo reparaciones para venderlas o alquilarlas. Son herencia familiar. Añade que vino a Lima muy joven para estudiar en la universidad. Es ingeniero civil, pero nunca ha ejercido. Tiene tres hijos. Todos han estudiado en la universidad, pero más dinero ganan, uno como albañil, otro como electricista y otro como pintor de interiores. “Son responsables”, dice, “y hacen buen equipo”. Todo eso le sonsaco mientras toma un descanso cuando le llevó agua y plátanos, antes del mediodía. También comentamos de la delincuencia diaria.
Don Claudio Caro usa un celular antiguo, de esos que solo sirven para hacer y recibir llamadas y mensajes de texto. De rato en rato lo llaman. Él responde y va haciendo su agenda de futuros trabajos. Sale a almorzar pasada la una y regresa luego de una hora. Hacia las cinco el martilleo cesa y luego de unos minutos, en el que muda de ropa, don Claudio anuncia su salida. “Hasta mañana”, le digo, y él me responde de igual manera. Veo desde la puerta cómo llega a la esquina y voltea con su andar lento y despreocupado. Vive en un distrito aledaño, me ha comentado. Por lo demás, ahora me toca a mí limpiar y barrer el polvo del picado, aunque también quisiera como don Claudio Caro salir y caminar, y llegar a la esquina y voltear con un andar lento y despreocupado.
Escrito por
Escritor y periodista peruano. Magister en Literatura Hispanoamericana. Autor de novelas y libros de investigación y ensayo.