Yungay: naturaleza y muerte
Christian Reynoso
Caminar por los terrenos del hoy llamado Campo Santo Yungay, en dicha localidad ancashina, en el Callejón de Huaylas, es sentir una fuerza un tanto extraña y perturbadora a la vez. Bajo la tierra que pisan tus pies están diseminados los miles de restos óseos de adultos, jóvenes, niños y ancianos, y las ruinas de lo que fue un pueblo y sus casas y su plaza y su iglesia, y su vida organizada. Nadie ha querido excavar, o lo han prohibido, porque no había quien lo haga y ha sido mejor que la destrucción conserve su memoria sin causar más afrentas.
Son los terrenos en los que hace 55 años se levantaba el pueblo de Yungay, el cual la tarde del 31 de mayo de 1970 fue sepultado, junto con sus pobladores, por un aluvión, tras el terremoto que se produjo minutos antes, que también afectó Huaraz y diversos pueblos del lugar, y que provocó el desprendimiento de un sector del Huascarán que arrasó Yungay como si fuera un pueblito de papel. Hoy allí se levanta un complejo, inaugurado en 2024, que comprende el campo santo, un moderno museo y una ruta para observar algunos restos como un pedazo de carrocería de un bus, algunas piedras del aluvión o un bloque de pared de la iglesia.
Mientras recorremos el complejo pregunto al guía dónde estaba ubicada la carpa del circo que por esos días llegó a Yungay, y me señala hacia un lado, en la periferia, un pequeño sector que se salvó del aluvión. Esa tarde que era día domingo el circo dio una función gratuita y un numeroso grupo de niños y niñas acudieron, y así se salvaron. Se sabe que luego fueron adoptados por familias extranjeras. Algunos han vuelto de adultos y otros nunca más, porque no quieren recordar nada de lo que vivieron ese día en que quedaron huérfanos y sin nada en la vida.
Dentro del complejo se sitúa el cementerio antiguo de Yungay, una estructura circular curiosa de varios pisos construida por un arquitecto suizo que fue la única edificación que se salvó y con ella las personas que ese día visitaban a sus muertos. Sin embargo, quedaron atrapados en medio del lodo y los escombros. Tuvieron que abrir ataúdes para sacar las ropas de los muertos y poder abrigarse durante los varios días que tuvieron que esperar a ser rescatados. Y así, nos vamos enterando de un sinfín de historias en torno, cada una más increíble que otra. Mientras caminamos el Huascarán nos observa imponente desde su altura y parece moverse y sentimos miedo. Naturaleza y muerte.
Escrito por
Escritor y periodista peruano. Magister en Literatura Hispanoamericana. Autor de novelas y libros de investigación y ensayo.