El barrio Belén o la Venecia de Iquitos. Parte 2 (final)
Christian Reynoso
Arribamos a La Balsa, el bar de Belén sobre el río Itaya. En realidad, un cuchitril con una vista preciosa del paisaje de Iquitos en frente. Los parlantes vomitan reguetón, razón por la cual pedimos al dueño-barman que cambie de música. Programa desde una computadora Los Wembler´s de Iquitos, agrupación de cumbia amazónica de fines de los sesenta, y se arma la conversación. Las Cristal (no hay San Juan) bailan sobre la mesa. Las historias sobre Belén espumean y entran heladitas en vasos descartables; historias que dan cuenta de la trascendencia como de las carencias y pobreza del barrio, como si se tratara de un submundo o nuevo mundo que se rige por sus propios códigos aguas abajo. Dicen que ha habido proyectos para reubicar a los pobladores, pero nadie ha querido irse. Así les gusta. Es su Belén. Allí está su niño.
«Al caer la noche vienen las cariñosas», dice Manguera, como si tuviera la pretensión de hacernos quedar hasta el anochecer. Añade: «Mucha gente de Iquitos viene a este bar, aquí son libres. Aquí encuentran la libertad». Es curioso que para Manguera la libertad se halle en Belén, en La Balsa, y no en Iquitos y su comodidad urbana, su movimiento, su ruido de motos, su vida nocturna, lluviosa y acalorada. Tal vez por eso Belén está más cerca de ser un enclave que expresa una forma de transgresión a la lógica tradicional de desarrollo y calidad de vida, y permite entender otra dimensión de la selva amazónica y en particular de Iquitos. Así, la carencia se consustancia con el cauce del río que es quien decide y manda el destino de sus habitantes. Belén, entonces, y sus palafitos, puentes y mercado, es una identidad, una forma de ser.
La conversación sigue. Nos explican que todos quienes vienen a La Balsa deben cruzar el río, de manera que los llevo-llevo están prestos. Los borrachitos serán devueltos a la otra orilla en calidad de bultos, mientras que el servicio de las cariñosas se llevará a cabo sobre los botes, en lo que dura una vuelta por el río en medio de la oscuridad y con el gondolero de espaldas para que no se gane con el vaivén sexual sobre las aguas. Después de varias canciones de los Wembler´s dejamos La Balsa y continuamos con el paseo por la calle-río Venecia, en la que nos cruzamos con otros llevo-llevo que transportan a los beleriños a sus labores en la ciudad. Y así llegamos a una especie de puerto a orillas del mercado en donde acaba la excursión a Belén.
Por la noche, todavía no contentos, bajamos a la plazuela para hacer unas fotos en la Glorieta y ver esta parte de la Belén nocturna. «No vayan, es peor de noche», nos siguen diciendo, pero nosotros ya nos sentimos asiduos y contamos con la recomendación de Manguera. En la plaza la gente cervecea y baila cumbia a todo volumen, mientras un vaho caliente nos inunda. Grupos de niños juegan y nos piden que les prestemos nuestros celulares para hacer fotos.
Parte 1 de este artículo aquí.
Escrito por
Escritor y periodista peruano. Magister en Literatura Hispanoamericana. Autor de novelas y libros de investigación y ensayo.