ya acabó su novela

Febrero lujuria (Fragmento de novela)

Christian Reynoso

Publicado: hace 9 horas

Febrero, botella febril de música y danza, chocolate caliente en pies de borborito escozor, enciendes candelas en calles, parques y avenidas, con manifiesto rumor. Febrero, heteróclito mes de tradición y festividad, al son del camaretazo madrugador, te levantas impío, malcriado y rebelde, con olor a pólvora y cohete… “¡Aplausos para el poeta!”, pidieron. Febrero, botella febril de música y danza, acoges en tus días el colorido y la belleza sin par, bailas al rugir de las cornetas, efervescente de jolgorio, licor y mascaretas, rima que se escucha en tus madrugadas, al soplar de los sicuris, anunciando como arena al viento la presencia de la Virgen Morena. “¡Aplausos, aplausos para Núñez!”, reclamaron.

Las palmas no se hicieron esperar, ansiosas y jaraneras. Claro, Núñez, todos te querían y admiraban. Habías logrado el respeto de los amigos y el mito de sentirte eterno entre ellos. Tus palabras podían más que tu razón y las paredes de los bares a los que ibas tenían que soportar las ovaciones de embriaguez y admiración que se sucedían tras tus destellos verbales. “Gracias, gracias”, agradeció el poeta, “No es para tanto”. Secó de un trago su mulita de pisco y, cauto y regocijado como era su costumbre, se sentó en el sillón de su soledad. Era primero de febrero y la fría noche de tertulia recién comenzaba.

Flaco y alto, de cabello blanco y bigotito asolapado era el poeta Núñez. Con la facha de bohemio empedernido llevaba a rastras una ligera renguera y muchos años de vida al cantar de los versos. El ajedrez, el cachito, el pisco y el infaltable cigarrillo en la mano eran los complementos para una vida sosegada de poesía y escritura periodística. Después de recitar «Febrero», uno de los pocos poemas que se sabía de memoria, el poeta Núñez encendió el último cigarrillo de la noche. Aspiró profundo, botó el humo y cruzado en su imaginación con las mulitas de pisco, los amoríos perdidos y los versos oquendianos que aquella tarde había leído, terminó diciendo que solo los poetas y los perros caminaban después de la medianoche, solos y olvidados en el rutilar de sus memorias, en busca del calor de una musa o del cobertizo de una casona para pasar la noche. […]

Todos, al frío de la noche y al calor del pisco, festejaban en el bar Los Altos de Jalisco, ubicado en una de las esquinas de la plaza Pino, en el centro de la ciudad, la víspera que daba inicio a la Festividad de la Virgen de la Candelaria.


Escrito por

Christian Reynoso

Escritor y periodista peruano. Magister en Literatura Hispanoamericana. Autor de novelas y libros de investigación y ensayo.


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