Uchpa, la película: Cenizas rockeras
Christian Reynoso
No recuerdo cómo llegó a mis manos el casete “Wayrapin qaparichkan”, de Uchpa, a mediados de los noventa, que hasta hoy conservo. Tal vez lo compré en el único quiosco que vendía rock, al frente del Mercado Central de Puno, o tal vez alguien me lo pasó o lo conseguí en algún viaje a Lima. El asunto es que la cinta era como una joya: Fredy Ortiz cantaba en quechua e Igor Montoya tocaba la guitarra, sin nada más: canciones clásicas como “El sonido del silencio”, entre otras de su cosecha. ¿De dónde habían salido? Poco después busqué a Fredy para entrevistarlo en un concierto que ofrecía una renovada Uchpa en el jirón Quilca del centro limeño, y así nos hicimos amigos desde entonces. El rock corría por las venas de esas noches de cerveza y locura.
La película “Uchpa” dirigida por Antonio Rodríguez, estos días en cartelera, ofrece un recorrido por la vida de Fredy Ortiz (Ocobamba, Apurímac, 1964) y su empeño en la fundación y permanencia de Uchpa, la banda del “quechua rock blues”, hoy un referente en la escena rockera peruana. Pero lo interesante es que Ortiz fue policía (la opción laboral más cercana para los jóvenes ocobambinos para salir del pueblo y superar sus limitaciones, ganar dinero e impresionar a las muchachas), enviado prontamente a la zona de emergencia de Ayacucho para luchar contra el terrorismo, mientras no dejaba de escuchar rock. Una interesante ruta de vida que corre en vaivén entre el dolor de la guerra y la búsqueda del arte mediante la música y el quechua, y que a la postre, sirve para llenar los vacíos.
La película, de elegante factura y tomas aéreas impresionantes, y mucha música, muestra dos planos: la historia de Ortiz, contada por él, mientras conduce una camioneta que recorre los lugares en los que estuvo en aquella época de emergencia, y se encuentra con viejos amigos. Los recuerdos, la violencia, la injusticia, la suerte, la ruleta rusa, afloran hasta el punto de quebrar una sensibilidad que no encuentra manera de ser expresada sino mediante las lágrimas; y la historia de Uchpa y su evolución musical, desde su temprano debut con Montoya; la formación compuesta por músicos ayacuchanos; la venida a Lima de Ortiz, que obliga a buscar nuevos músicos, entre quienes tuvo un rol importante el bajista Bram Willems, belga afincado en el Perú, amigo de Ortiz de la infancia, que da un impulso a Uchpa para entrar en el circuito limeño; finalmente, la formación actual en la que el guitarrista Marcos Maizel guía la producción y el sonido actual de la banda.
En este camino es indispensable el feeling de Ortiz y su canto en quechua que es el sello de la ceniza, además de su aporte en la composición sobre la base de silbidos que luego se convierten en canciones. Pero la película muestra también tensiones. Por ejemplo, Maizel influenciado por el blues y la concepción occidental de la música, a un inicio le cuesta asimilar la magia musical andina en el violín de “Chimango” Lares o en la inclusión de los waqrapukus, hasta que encuentra puntos de confluencia y logra un sonido único. En ese sentido, creo Uchpa debería reconsiderar tocar en vivo las viejas canciones de su primera época como “Perú llaqta” y “Sapay Kani”. Por lo demás, hay que decir que en la sala solo había cinco personas. Una lástima, pero qué carajo. Así se resiste. En Ayacucho, me dice Fredy, la película ha sido un furor.
Escrito por
Escritor y periodista peruano. Magister en Literatura Hispanoamericana. Autor de novelas y libros de investigación y ensayo.